martes, 22 de mayo de 2007

dos de tres

Hoy en la mañana me desperté sabiendo que iba a llorar. Así, simplemente, como cuando uno sale de su casa y sabe que va llover, pero no entiende realmente por qué. Hay razones, quizás, pero es más que nada instinto.
Me levanté, no tenía mal humor hasta el momento ni nada que me acongojara, nada que lograra ensuciar mi limpio y buen humor. Pero como dicen “llover sobre mojado, mil veces ha pasado” y esperé que hoy tuviera paraguas en vez de quedarme a la intemperie. Así que salí de esta casa, escuchando belle and sebastian y con una sonrisa en el rostro. Saludé al micrero, di las gracias muchas veces en el día, caminé, escuché canciones alegres y no había aún nada que turbara mi cabeza. Pasaron las horas, entre amigos, conversaciones, trabajos y todo entre risas ajenas al sentimiento que había tenido al despertar. Entonces llegó la hora, en una micro vieja, vacía y escuchando la misma música que me había hecho alegrar en el día. Ahora era de noche, estaba sola y tenía frío. Pensaba en ella, como loca, no podía sacarla de mi cabeza a pesar del paso de los días. Divagaba, divagaba y divagaba, y llegué a ese punto en el que te das cuenta exactamente de lo que te sucede. Dos lágrimas pequeñas, un poco tímidas de que alguien las viera, y me apoyé en la ventana. Había sido un día muy bueno y ahí estaba en la 216 llorando por nada que me pareciera muy lógico, como si me hubiera tragado la pena de alguien y la hubiera integrado a mi ánimo. Me encontraba apoyada en la ventana , pensando en todas esas cosas buenas que me alejaban de estar cabizbaja. Y nada, supongo que un insulto vale más que mil sonrisas en mi analogía, o una mirada esquiva más que mil abrazos dirigidos.
Llegué acá, abrí gmail y le envié un mail. Como si estuviera más sola que nunca, como si la necesitara acá de nuevo. Eran dos ventanas, dos ensayos errados y sin ninguna concordancia entre ambos, sin ninguna relación. Envié uno, cerré el otro. Supongo que es mejor tener un intento fallido en mano que ver un ciento volar. Sonreí entonces, y miré la pantalla con alegría nuevamente (ignore que la autora de este texto sufre bipolaridad). Podía ser que nunca fuera suficiente, podía ser una auto justificación, podía ser una historia fracasada y escondida de muy poco tiempo, pero si algo me quedaba, es que no lo iba a ser nuevamente. No ahora. Así le escribí y le dije algo más allá de que la extrañaba a como solíamos ser antes, pero lo bueno es que creo que los draft me guardarán el secreto.